Reflexión de un viejo druida

Primera zarpa que atiné.
Primer fuego que canalicé.
Primer vuelo que monté.
Primer golpe que soporté.
Primera flor que alimenté.
Primera sangre que derramé.
Todo, bajo la atenta mirada de An’she.

Crecí y aprendí.
Odié y perdoné.
Luché y protegí.
A lo vivo como fin.

Ahora los estandartes yacen quebrados, manchados y hasta olvidados.
Mi fuego interno se siente debilitado, y no es algo nuevo.
¿Para qué peleo?
¿Por qué peleo?
¿Para quién peleo?
Ya no lo sé.

Aquí, donde di mis primeros pasos, busco respuestas a mi vacío, mientras contemplo aquella enorme silueta al sur que parece ya no significar nada.

Entonces en la luna encuentro mi equilibrio, y deseo.
Deseo no ser especial.
Deseo que no me llamen “archidruida”.
Deseo no bañarme en la sangre de quien protejo.
Y más aún, deseo mi antigüo espíritu.
Deseo sentir el crujir de los huesos bajo mis patas.
El rechinar de las armaduras entre mis dientes.
El sonido de la agonía ahogada.
El olor de la sangre fresca.
Deseo una vez más al león desgarrarar.
Y que el miedo se huela al escuchar:

¡LOK’TAR OGAR!

Por un momento me sentí joven.
Rie por lo bajo y enciende su pipa con un poco de Flor de paz, mientrar su rostro se serena. Inhala y exhala lentamente, la cálida brisa de Cima arremolina el humo.

¿A quién engaño?, si poco maté y de mucho me arrepentí. Más duele a los que no pude salvar.
¿Qué será de nosotros, los que ansiamos la vida y no pudimos cumplir?
¿Acaso merezco todo el reconocimiento que se me da?, si sobre mis hombros cargo con mil culpas, algunas ajenas a mi.
Inhala y observa lugubremente encenderse la hierba dentro de la larga pipa de madera. Exhala otra bocanada de humo, apaga el fuego y se queda contemplando al sol, quien poco a poco desaparece tras las montañas.

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